Lo que hay en el aire
Exposición de la artista mexicana Martha Muñoz
Galería La Maldita Estampa, Barcelona, España
Por Javier Zugarazo
¿Qué es la niebla sino la nube que se formó con el agua de mis ojos y ha bajado a acompañarme?
Siempre he tenido la curiosidad de saber qué se siente estar dentro de una nube. Cuando las veo deambulando y ascendiendo de los cerros, entre los árboles, surge un deseo, compartido con temor, por estar ahí. Pienso que al habitarla, la niebla acompaña, rodea y abraza pero también debe mojar. Estar dentro debe ser desconcertante pues la anfitriona bloquea la mirada, se comporta como ceguera, dentro de ella no hay certezas, todo se torna confuso a nuestro alrededor, resulta imposible saber si se avanza o retrocede, si estamos solos o nos están rodeando.
En dicho escenario, ¿de dónde sacar materia para crear si la que nos rodea se desvanece al contacto?
¿En dónde buscar si no hay sentido de ubicación?
No queda más que enrutar la búsqueda al interior, encontrar los señuelos que hay dentro; transitar por venas, vasos y detenerse en las cicatrices que hacen de orografía personal. En la clara niebla no hay más referencias que las que están debajo y sobre la piel. Aneblada, Martha se instrumenta como asidero propio, minera de su propio recurso creador. Explora, escarba, perfora y con lo extraído decide hacer huellas, replicar las cicatrices que hay dentro en la atmósfera. Parte de un momento de conmoción para crear, desde lo que pareciera ser vacío, un algo. Inscribe en la niebla para volver a reconocer el espacio.
Establecer una relación entre cicatriz y trabajo gráfico puede resultar obvio, pero no por ello plano o menos franco, y más concretamente en su primer estadio, el del trabajo con la placa, repositorio de una furia que no necesariamente culmina en papel. Nuestra artista ataca, abrasa, corroe, quema. Expolia el material para dejar un hueco, que impreso o no, este en ausencia es el que habla ahora.
Deambular en la blanca ceguera que es la niebla condena a lastimarse, impactar con las presencias que tenemos enfrente pero ahora invisibles a nosotros. Martha aprovecha las fugas de luz que escapan a esas concentraciones de materia suspendida en el aire y las ofrece como ayuda que permite dilucidar un afuera, dibuja un paisaje que funcione como referencia. Yugo de su técnica, la hace vociferar en la más volitiva necesidad de registrar lo agreste y duro de una grieta, pero también la hace meditar y buscar en lo suave, viscoso y húmedo que ella hábilmente evapora y condensa en el plano con el mismo principio de concentración que emplea la niebla.
Quizás el temor de estar en una nube no es causado por el desconocido afuera, sino porque implica voltear la mirada hacia adentro como nuestra creadora lo hace en este conjunto de obras. Esta muestra no refiere al exterior, sino que es lo que ella deposita en él. Es la forma en que Martha reconoce, trabaja y exorciza el dolor cruento de la pérdida. Martha es generosa en compartir un proceso que empata con la humanidad. Muchos como ella hemos enfrentado pérdidas en esta pandemia. Un suceso extraordinario de contagio en un contexto global que facilita la transmisión viral pero que también permite establecer empatía con un dolor compartido en un mundo que, como ella, está aneblado.