El artista checo Alphonse Mucha fue una figura pionera en el arte y el diseño modernos y uno de las figuras clave del movimiento conocido como Art Nouveau.

RAFAEL BLADÉ
Revista Historia y Vida.

Retrato de Mucha en el año 1906. TERCEROS

París, víspera de Navidad de 1894. Sarah Bernhardt, la actriz más famosa del mundo, acudía a la imprenta Lemercier con un pedido urgente. Había cambiado de improviso el programa de su teatro y necesitaba carteles para anunciar su nueva oferta, Gismonda. Con ellos pensaba empapelar la ciudad el día de Año Nuevo. Pedía un imposible, el plazo era ridículamente corto y los ilustradores de la casa estaban de vacaciones.

Pero a una diva no se le niega nada. En aquel momento se encontraba en los talleres un artista checo llamado Alphonse Mucha, que corregía unas litografías para un amigo. Él fue el clavo ardiendo al que se aferró el jefe de la imprenta. Unos días más tarde Mucha acudía al Théâtre de la Renaissance y mostraba su propuesta a la actriz.

Cartel con la actriz Sarah Bernhardt en su papel de Gismonda. TERCEROS

Esta quedó entusiasmada y pidió cuatro mil copias. Muchas fueron arrancadas de las paredes. La imprenta incluso vendió ejemplares de estraperlo, hasta que la Bernhardt paró el chanchullo por la vía judicial. Todo París quería una copia de aquel póster revolucionario. Había nacido “le style Mucha”, una de las manifestaciones más populares de eso que dio en llamarse Art Nouveau.

Definir Art Nouveau es internarse en arenas movedizas. Más que una corriente fue un espíritu artístico que manó en diversos puntos del globo a finales del siglo XIX, con denominaciones locales como Secesión en Austria o Modernismo en España. Uno de sus pilares era romper la barrera entre las artes clásicas y las decorativas. Ahí estaban las lámparas de Tiffany’s en Nueva York, los edificios de Gaudí en Barcelona, las pinturas de Klimt en Viena o los cristales de Lalique en París.

Alphonse Mucha fue un estudiante nefasto, solo redimible por su talento para el dibujo.

Alphonse Mucha nació en la localidad morava de Ivancice (entonces parte del Imperio austrohúngaro, hoy República Checa) en 1860. Fue un estudiante nefasto, solo redimible por su talento para el dibujo. Sin embargo, no consiguió ingresar en la Academia de Bellas Artes de Praga. Deambuló por el Imperio y se ganó la vida pintando decorados teatrales.

Mucha fue un maestro del polifacetismo. Firmó un contrato con la Bernhardt y durante seis años le diseño pósteres, vestidos, peinados y decorados, e incluso hizo algunos pinitos en la dirección teatral. Eso sí, el checo aborrecía el término Art Nouveau, pues para él el arte era eterno y, por tanto, no era ni viejo ni nouveau.

Comercial con trasfondo

Invierno, del año 1896. TERCEROS

En su peregrinar se cruzó con el conde Khuen Belasi, para quien pintó unos frescos y que le financió un viaje de estudios a París. Un mal día, por razones desconocidas, la asignación del conde dejó de llegar.

Alphonse tuvo que abandonar los estudios y empezó a colaborar en revistas ilustradas. Y entonces, cuando contaba 34 años, llegó la Divina Sara. Mucha se convirtió, durante una década, en el artista más famoso de Francia.

Diseñó paquetes de cartón, latas, portadas de revistas, paneles decorativos y joyas, e incluso tuvo un jabón con su nombre. Arte y capitalismo, de la mano. Fijó uno de los ejes de la publicidad y el merchandising modernos: la mujer como objeto o sujeto del mensaje, que en ocasiones sustituía por completo el producto en cuestión.

Las “femmes Mucha” –misteriosas, pero no las fatales tan en boga por entonces– se hicieron ubicuas. En un tiempo récord tuvo también un gigantesco batallón de imitadores y seguidores. Ello sin contar con que, torpe o desinteresado en cuestiones legales, dejaba que los impresores se quedaran en propiedad sus dibujos. De esta manera, por ejemplo, un diseño para un calendario se convirtió en un panel decorativo, y después en un anuncio para la firma barcelonesa Chocolate Amatller.

Sus trabajos pertenecían al ámbito comercial, lo que no significaba que no tuvieran detrás un planteamiento intelectual. En la medida de lo que sus clientes le permitían y de lo que el gran público pudiera aceptar, las ilustraciones de Mucha bebían de la cultura del momento, la de Oscar Wilde o Baudelaire, el Simbolismo, el Naturalismo, el auge de la espiritualidad…

Mucha era masón y se interesó por la teosofía, una doctrina esotérica nacida a finales del siglo XIX en Rusia. Además, fue un experto fotógrafo y muchas de sus composiciones están basadas en instantáneas de modelos.

De la epopeya a la Gestapo

El punto de inflexión en su carrera llegó con la parisina Exposición Universal de 1900. El gobierno austríaco le encargó la decoración del pabellón de Bosnia­-Herzegovina, y hacia los Balcanes partió el artista para encontrar inspiración. Allí tomó conciencia de la multitud de pueblos eslavos que durante siglos habían sido piezas de los imperios turco, ruso o austrohúngaro.

Destino, 1920. En el Museo Alphonse Mucha de Praga. TERCEROS

Mucha experimentaba en primera persona la desubicación: era moravo, checo, eslavo, pero los suyos lo ignoraban casi todo de él, y sus grandes reconocimientos le llegaban desde la germánica Viena o desde París. A partir de aquí su brújula interior apuntaba hacia el abandono de la creación para el mercado.

La gran oportunidad le llegó desde el otro lado del Atlántico. En 1904 tomó Nueva York por asalto del brazo de la baronesa Rothschild. Allí conoció al millonario filántropo Charles Crane, que accedió a financiar el proyecto con que Mucha soñaba y que le ocuparía durante dos decenios: “La epopeya eslava”, veinte lienzos sobre la historia de estas gentes.

Sello diseñado por Mucha para la nueva Checoslovaquia independiente. TERCEROS

El artista fijó su residencia en la localidad bohemia (hoy checa) de Zbiroh, aunque paseó su cámara desde los Balcanes hasta Rusia para que su epopeya fuera fiel a la realidad. En 1918, tras la Primera Guerra Mundial, el Imperio austríaco se desgajaba y nacía una Checoslovaquia independiente. Un satisfecho Mucha diseñó los sellos y monedas fundacionales y, de paso, se ganó la acritud de los artistas locales, que le consideraban un extranjero.

Paradójicamente, cuando las tropas nazis invadieron el país en 1939? fue uno de los primeros arrestados por la Gestapo por su excesivo nacionalismo. En los interrogatorios contrajo neumonía y se le concedió morir en libertad, en Praga, aquel mismo año. Con el posterior comunismo no le fue mucho mejor a su legado, y hasta hace pocos años no se abrió un museo dedicado a él en la capital checa. Por fin, parece, es profeta en su tierra.

Este artículo se publicó en el número 485 de la revista Historia y Vida.